viernes, 24 de junio de 2016

Derecho Azteca.

El derecho Azteca, al igual que la mayoría, se funda en la costumbre. Al hablar de derecho en la cultural nahua, se habla de su moral-jurídica. Miguel León Portilla, en su libro La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes hace referencia a las costumbres y a la forma como era aplicada la justicia por los sabios. La educación fuera de casa con los sabios, donde enseñaban a los ciudadanos a tener un “corazón robusto y firme como piedra” y a “ser verdaderos”:

Comenzaban a enseñarles:
Cómo han de vivir,
Cómo han de respetar a las personas,
Cómo se han de entregar a lo conveniente y recto,
Han de evitar lo malo,
Huyendo con fuerza de la maldad,
La perversión y la avidez.”

La base del derecho náhuatl es el respeto, nada hacían los habitantes que pudiera perjudicar a los otros, sin embargo, tenían una estructura jurídica bastante definida. A continuación hablaré de los aspectos más importantes del la misma:

Derecho público Azteca:

Si bien los nahuas tenían una estructura jurídica definida, esta no era uniforma, ya que el emperador, a menudo optaba por dejar que los pueblos subordinados conservaran su antigua forma de gobierno, esto siempre y cuando el tributo llegara de la forma convenida.

Hubo aproximadamente ochenta calputin (clanes), cada uno con propiedad colectiva de algunos terrenos, sus propias tradiciones y leyendas, endogamia y generalmente dedicados a una misma profesión. Éstos también eran unidades militares. Al principio el Calpullec (líder) era elegido por los habitantes, pero con el tiempo se volvió una cuestión hereditaria, después de ser asesorados por un consejo de ancianos. Hacia abajo los clanes estaban divididos en tlaxilacalli (calles); hacia arriba, agrupados en cuatro campans.  Todos los campans estaban sometidos a un mismo líder militar tenoch.

Hasta aquí vemos en la organización social del imperio azteca una similitud con la que tuvo en sus inicios el imperio romano.

La autoridad del tenoch estaba limitada a lo militar, y contaba con un consejo formado por los representantes de cada uno de los clanes. Con el paso del tiempo, la tradición del altiplano alcanzó al pueblo azteca, “una nación que se respeta necesita un rey, pero un rey de sangre tolteca noble, descendiente de Quetzalcóatl”. Fue así como los aztecas comenzaron a buscar un rey que tuviera la “gran tradición mágica” de la nobleza tolteca.  

Acamapichtli, fue nombrado jefe administrativo y militar, en 1373 y posteriormente, tlatoani. A partir de aquí se estructura el poder monárquico, el cual al principio, era transmitido al hijo predilecto, la cual termino con la llegada de Izcóatl al poder, con él se inicio una tercera etapa en la organización política del pueblo azteca.

Este nuevo rey, establece un principio en el que los nobles podían recibir tierras, las cuales eran trabajadas bajo un sistema de servicio obligatorio por los agricultores libres, en ocasiones trabajadas por los mayeques, o siendo explotadas bajo un sistema de arrendamiento; las tierras pasaban a sus descendientes. En cambio, los ciudadanos libres, pero no nobles, solo podían recibir tierras en usufructo, teniendo el deber de cultivarlas.

La sociedad azteca en los tiempos de la conquista se encontraba en una transición, iba de la propiedad comunal a las primeras formas de propiedad privada.

Clases sociales en el imperio azteca.

En la sociedad azteca, la nobleza era hereditaria, sin embargo, había privilegios que dependían del cargo individual que la persona tenía. A pesar del carácter hereditario, los plebeyos podían llegar a ser nobles, por sus hazañas bélicas. Los sacerdotes fueron importantes, había dos clases: Supremos sacerdotes y sacerdotes inferiores; los primeros, estaban ligados a la corte y participaban en las decisiones políticas más importantes; los sacerdotes inferiores, por otro lado, se dedicaban al culto y a la educación de los nobles.

Los comerciantes tenían una situación privilegiada. Se encontraban también en la organización social los agricultores comunes y los artesanos, entre los cuales era un rango más alto el de artesano, ya que éstos eran sometidos a un examen y tenían una educación en el arte, en la famosa academia de Texcoco. Un escalón más abajo, nos encontramos con el agricultor ordinario, el cual trabajaba la tierra de uso común por un lapso de dos años.

La esclavitud se daba de diversas formas: De la guerra, de la venta de un hijo, siempre y cuando el padre tuviera una autorización y solo se daba en caso de miseria extrema, comprobando que el padre tenía más de cuatro hijos; cuando los plebeyos decidían venderse a sí mismos, en caso de tener deudas que no podían pagar, este procedimiento se hacía frente a cuatro testigos de cada una de las partes; y la derivada de un juicio por varios delitos.

La esclavitud podía terminar en caso de matrimonio con el dueño o por autorrescate por medio de pago.

Guerra.

La guerra tenía una reglamentación entre el pueblo azteca, excluyendo el caso de los ataques sorpresas. La declaración se hacía por el emperador, después de una consulta previa con los ancianos y guerreros, en la mayoría de los casos. La declaración se hacía mediante tres notificaciones, con un intervalo de veinte días entre cada una de ellas. Después de enviada la primera notificación, el emperador azteca daba la opción de “curarse en salud”, esto quiere decir que el pueblo podía elegir someterse y pagar el tributo debido al emperador azteca, evitando la guerra, en caso de no hacerlo tenía tiempo hasta la última notificación para prepararse para enfrentar a los aztecas.

La guerra no solo tenía como objetivo el acumular tributos, sino que también se usaba para tener víctimas para satisfacer la sed de sus dioses, los cuales necesitaban sacrificios para seguir apoyando al pueblo en sus hazañas militares. Estos sacrificios dieron origen a fiestas canibalescas, bajo la creencia de que al comer al enemigo se absorbía su fuerza.

 La guerra indujo a la celebración de tratados entre los pueblos en los que ambas partes se declaraban dispuestas a hacerse periódicamente una “guerra florida”, la cual consistía en un ritual donde se llevaban a cabo combates y se capturaban prisioneros de ambos bandos para ser sacrificados.

Derecho penal azteca.

El derecho penal azteca, al igual que la mayoría de los derechos penales precortesianos, era muy sangriento. La pena de muerte era la sanción más corriente, llevándose a cabo de forma cruel.
“Las formas utilizadas para la ejecución fueron la muerte en hoguera, el ahorcamiento, ahogamiento, apedreamiento, azotamiento, muerte por golpes de palos, el degollamiento, empalamiento y desgarramiento del cuerpo; antes o después de la muerte hubo aditivos infamantes.”

Para crímenes menores las penas fueron la esclavitud, mutilación, destierro, encarcelamiento, destrucción de la casa, y para  penas más ligeras, pero que entre los aztecas era considerado como una enorme vergüenza, se encuentra el cortar o quemar el cabello.

En caso de que el crimen fuera muy grave, las penas se extendían a los parientes del culpable hasta el cuarto grado.

Si un noble cometía un crimen el castigo era incluso peor, ya que en una sociedad donde la base de su derecho era el respeto, las personas de mayor rango en su organización social debían poner el ejemplo.

Procedimiento legal.

El procedimiento era oral. El proceso debía durar ochenta días como máximo. Eran los tepantlatoanis, los encargados de llevar a cabo los juicios. En ellos se llevaba a cabo una presentación de pruebas testimonial, confesional, presunciones, careos y, en algunos casos, el juramento liberatorio. Entre más grave era el crimen, el juicio era más sumario, con menos oportunidad para la defensa.


La sociedad azteca tuvo una organización en muchos aspectos parecida a las sociedades europeas, sobre todo, al imperio romano.  Si bien nos encontramos frente a una organización digna de ser admirada por los conquistadores con la conquista el pueblo tuvo que dejar de lado sus costumbres, sus procedimientos legales, su forma de educar, la consecuencia fue que entre más poder tenían los españoles sobre los aztecas, éstos iban dejando de lado las enseñanzas de los sabios nahuas. Ya lo decía Alonso de Zurita:

“Preguntando a un indio principal de México qué era la causa porque ahora se habían dado tanto los indios a pleitos y andaban tan viciosos dijo: Porque ni vosotros nos entendéis, ni nosotros os entendemos, ni sabemos qué queréis. Habéisnos quitado nuestra buena orden y maneja de gobierno; y la que nos habéis puesto no la entendemos, e ansí anda todo confuso y sin orden y concierto. Los indios hanse dado a pleitos porque los habéis vosotros impuesto en ellos, y síguense por lo que les decís, e ansí nunca alcanzan lo que pretenden, porque vosotros sois la ley y los jueces y las partes y cortáis en nosotros por donde queréis, y cuándo y cómo se os antoja. Los que están apartados que no tratan con vosotros, no traen pleitos y viven en paz; y si en tiempo de nuestra gentilidad había pleitos, eran muy pocos, y se trataba mucha verdad e se acababan en breve porque no había dificultad para averiguar cuál de las partes tenía justicia, ni sabían poner las dilaciones y trampas de ahora.”

Lo que lleva a cuestionar si la organización social de los españoles era mejor en algún aspecto que la azteca.

Bibliografía.

La Filosofía Náhuatl estudiada en sus fuentes,  Miguel León Portilla.

Introducción a la historia del derecho mexicano, Guillermo F. Margadant S.


La Muerte en el Pensamiento Náhuatl




“Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y  que es ahora todos los hombres y los que seremos” Jorge Luis Borges.

La muerte siempre ha sido una incógnita e inquietud para el hombre en la historia. Los náhuatl no son la excepción, compartían la misma angustia que los hombres contemporáneos mantienen hoy en día. Seguimos en esa incesante lucha por dilucidar este acontecimiento. En la presente investigación se darán a conocer  acciones referentes a la muerte en la cosmovisión náhuatl, con la pretensión de dibujar  una imagen general de ésta en la época prehispánica  y cómo los náhuatl pudieron haberla entendido.

Pero esta preocupación referente a la muerte abarca más que solo la existencia personal. Su inquietud aborda la realidad completa del universo. Son muchos los vestigios prehispánicos encontrados, que plantean ideas sobre el fin del mundo, o periodos de destrucción y muerte masivas.

Gracias a la información proporcionada por los primeros investigadores,  podemos entender que la cultura náhuatl giraba en torno a una “ideología religiosa” (mitológica). Todo cuanto podemos conocer de sus actividades, llevaba como fin o destino una deidad de por medio.

El hombre consciente de su propia finitud, el hombre náhuatl, vivía bajo preceptos dogmáticos, mismos preceptos que lo llevaban a abrazar la certeza de una vida después de la vida. Existen tres lugares donde los descarnados vivirían después de la “muerte terrenal” en la creencia náhuatl;  1) El Mictlan o Inframundo lugar donde se sepultan  los cadáveres y es ahí donde nace la vegetación y el alimento que nutrirá a los hombres vivos. 2) El Tlalocan o Paraíso en este lugar se generaba el agua necesaria para  vivir en la tierra. 3) Omeyocan  era el lugar de la dualidad, el  paraíso del sol.

1)      Mictlan

Los hombres que morían por enfermedades, o aquellos que eran sacrificados en alguna fiesta en nombre de alguna deidad, sin ninguna distinción jerárquica llegaban al inframundo, al Mictlan.  El lugar era oscuro, sin puertas ni ventanas y solo se llegaba después de difíciles pruebas por un periodo de cuatro años y del que no se podía salir. Conocido como el lugar de la nada.

“Hijo mío, has recobrado tu aliento, has padecido, pero el Señor Nuestro se ha apiadado de ti. Porque no está aquí en la tierra nuestra casa en común. Sólo por breve tiempo, por un momento, hemos venido a calentarnos, sólo por obra del Señor Nuestro hemos venido a conocernos.

Pero ahora Mictlantecuhtli, el Señor de la Región de los Muertos, el que es Acolnahuácatl y
Tzontémoc, así como Mictecacíhuatl, la Señora de la Región de los Muertos, te han presentado, te han ofrecido un asiento, porque en verdad allá es nuestra casa en común, allá donde todos perecemos, allá donde se abre la tierra, donde para siempre se sale de este mundo. Has llegado al lugar del misterio, al lugar de los descarnados, a donde se llega, el lugar que no tiene salida, el que no tiene chimenea. No podrás ya encontrar camino de regreso, no podrás retornar. No podrás ya venir a conocer lo que dejaste atrás, hace cinco, diez días.  Porque has dejado abandonados, huérfanos, a tus hijos, a tus nietos. Tampoco vendrás a saber cómo perecerán ellos. Nosotros te alcanzaremos, nos acercaremos a ti, dentro de poco tiempo”.

El Mictlan simboliza el espacio-tiempo donde gobierna Mictlantecuhtli , Dios del inframundo y de los muertos, que también era llamado Popocatzin  ( Dios de las Sombras). El mito de la creación del hombre se genera cuando el dios Uranio Quetzalcóatl roció con la sangre de su pene los huesos molidos por la Diosa-madre Quilaztli.  Así es como el nacimiento humano da origen, resultado de la fecundación de los huesos por la sangre (esperma) de Quetzatcoatl dentro del inframundo.

El ser nace en el Este, y desciende en el Oeste. Una vez se deja de existir (corporalmente) se dice que la descomposición del cuerpo (comido por Tlaltecuhtli) culmina después de cuatro años, una vez que deja de existir carne y tendón en los huesos. Es hasta entonces cuando el hombre ha muerto realmente y es proclive a una nueva fecundación ósea.  

2)      Tlalocan

Este lugar era para aquellos que morían por alguna causa relacionada con el agua, aquellos que alcanzados por un rayo, leprosos o aquellos niños que eran sacrificados en nombre de Tlaloc:

“Allí acudían las almas de los muertos fulminados por un rayo, ahogados, o por algún tipo de muerte relacionada con el agua. Era el Tlalocan un lugar de delicias, de perpetua alegría entre abundantes ríos y manantiales. Había toda clase de árboles frutales en permanente producción; abundaba el maíz, el frijol, la chía y toda clase de alimentos. En aquel jardín de delicias, las almas pasaban una existencia de juegos y descanso bajo los árboles en compañía de alegres camaradas y toda clase de manjares al alcance de la mano”.

3)      Omeyocan

El Omeyocan era el lugar donde ingresaban  aquellos que habían asesinado en las guerras, a los prisioneros asesinados por sus enemigos, las mujeres muertas en labor de parto y todos aquellos “valientes” que morían defendiendo una causa en las guerras. A ellos les tocaba recibir todas las ofrendas que  se daban en este mundo, los días en el Omeyocan eran festejos al ponerse el sol, con música, bailes y más.

Son estos tres lugares de certidumbre para la vida después de la muerte lo que provocaría un caos en los hombres náhuatl, incluso miedo, molestia e inconformidad con las deidades. Estas soluciones al problema de la muerte no lograban calmar ni convencer a los hombres, pero le mostraba una solución arbitraria en la cual sostenerse. Esa certidumbre de conocer su destino, a la cual ajustarse.

Una de las inconformidades a la solución de la muerte terrenal es la idea de que solo estamos de paso:

"Lo dejó dicho Tockihuitzin,
lo dejó dicho Coyolchuiqui:
sólo venimos a dormir,
sólo venimos a soñar,
no es verdad, no es verdad que venimos a vivir sobre la tierra:
cual cada primavera de la hierba. así es nuestra hechura:
viene y brota, viene y abre corolas nuestro corazón,
algunas flores echa nuestro cuerpo: i se marchita!
Lo dejó dicho Tochihuitzin."

También se propone la cuestión sobre la finalidad de la acción humana en la región de la muerte:

"¿Se llevan las flores a la región de la muerte?
¿Estamos allá muertos o vivimos aún?
¿Dónde está el lugar de la luz pues se oculta el que da la vida?"

Rituales Náhuatl

En el mundo de los vivos, se efectuaba un ritual con la finalidad de hacer llegar a sus destinos a quienes fallecían.  Consistía en colocar el cadáver en una plataforma cubierta con un petate. Bañaban al difunto y colocaban en su boca una piedra azul, que simbolizaba su paso por la vida. En caso de ser noble, el cuerpo se envolvía en papel acordonado con una soga y se presentaban ofrendas.

Una vez listo y organizado el cuerpo, se ofrecía un discurso recordando su paso por la vida y lo breve de la misma, incluían buenos deseos al alma por encontrar el destino en su nuevo hogar. Proseguían con el duelo y en algunas ocasiones con festejos. Si se trataba de personas de alto linaje, llegaban a sacrificar a los esclavos, nombrados Tepantlacaltin, sirvientes del difunto.

Los funerales se extendían por días, donde se hacían ofrendas. Por último se cremaba o enterraban el cadáver.

Conclusión

Para los náhuatl la muerte (Miquiztli) no era concluyente, y tampoco se contemplaba desde un punto de vista moralista, no era buena ni mala. La muerte era imprescindible para soportar y conservar la estructura del universo. Esta idea dual de vida (Yoliztli) y muerte no se repelen por ser opuestos, al contrario, forman parte del complemento que sostiene dicha estructura.

Entendidas de esta forma como una unidad, la diferencia entre ambas (vida y muerte) radica en la materia. Se pierde lo corporal, pero la esencia trascendía en el más allá.

Es a través de los cantos que el hombre náhuatl puede rendir culto a dicho acontecimiento, es así como puede cuestionar, protestar y abrazar una certidumbre que no le termina de encajar, pero es a la que tiene que ajustarse.

“Sólo venimos a dormir,
sólo venimos a soñar: 
no es verdad, no es verdad
que venimos a vivir en la tierra.

En yerba de primavera venimos a convertirnos:
llegan a reverdecer,
llegan a abrir sus corolas nuestros corazones,
es una flor nuestro cuerpo: 
da algunas flores y se seca.”


Bibliografía

1.- La Filosofía Náhuatl, Miguel León Portilla.
2.- La muerte en la cosmovisión náhuatl prehispánica. Consideraciones heurísticas y epistemológicas,   Patrick Johansson K.
3.- La idea de la muerte en en mundo náhuatl - descrita en la Historia General de Sahagún, Prof. Dr. Katharina Niemeyer

miércoles, 22 de junio de 2016

Flor y canto

Filosofía Mexicana
Flor y Canto
Como en todas las latitudes del mundo y desde tiempos inmemoriales, el hombre del pueblo náhuatl necesita explicarse el mundo. Él, como ya lo dice el estagirita, en su asombro desea saber, explicarse el mundo que lo circunda, anhelando alcanzar el ser que intuye escondido tras las formas que los sentidos le muestran.
Porque es clara en la literatura náhuatl esa voz que habla de la intuición que alcanza a distinguir el velo que oculta la esencia que fundamenta la realidad de las cosas. Pero, y esto también como en todos los pueblos del mundo, no todos son capaces de develar esa realidad. Es el tlamatini quien emprende la tarea filosófica que persigue descubrir el ser del mundo. Y decimos “filosófica” en el sentido más amplio porque su proceder concuerda con le acepción moderna de ese término, como nos lo dice ya el mismo León Portilla:
“Son filósofos quienes experimentan la necesidad de explicarse el acontecer de las cosas, o se preguntan formalmente cuál es su sentido y valor, o yendo aún más lejos, inquieren sobre la verdad de la vida, el existir después de la muerte, o la posibilidad misma de conocer todo ese trasfondo –más allá de lo físico- donde los mitos y las creencias habían situado sus respuestas. Inquietarse y afanarse por esto es filosofar en sentido estricto.”
También será el tlamatini el educador del pueblo náhuatl ya que, siendo aquél que conoce sobre las cosas, funge como “un maestro, un psicólogo, un moralista, un cosmólogo, un metafísico y un humanista”. El tlamatini ayuda a formar un rostro y un corazón en el hombre náhuatl. Y esto debemos entenderlo, en el caso del rostro, a la personalidad, al yo adquirido y desarrollado a partir de la educación que el hombre aprende del sabio, provocando que exista en cada individuo una naturaleza más íntima del yo peculiar de cada persona, una autoconciencia individual que permitirá avanzar hacia el dios desconocido, Ometéotl. Con respecto al corazón, esto se refiere al dinamismo ocurrido en esta búsqueda, a la necesidad de ir en pos de algo que colme y satisfaga las dudas individuales, lo cual justamente, dentro de la filosofía náhuatl nos llevaría a conocer lo verdadero, el sentido de nuestra existencia.
Los tlamatinime, así como los poetas del pueblo náhuatl, se valdrán de un recurso literario que el Dr. Ángel María Garibay Kintana en su Llave del Náhuatl acertadamente llama difrasismo. Figura característica de esta lengua prehispánica que consiste en expresar una misma idea por medio de dos vocablos que se completan en el sentido, ya por ser sinónimos, ya por ser adyacentes. Así, estos sabios conciben in xóchitl in cuícatl, literalmente traducido como flor y canto, y metafóricamente entendido como poema.
¿Pero por qué flor y canto? ¿Por qué la poesía para enseñar al pueblo náhuatl que aquello que tiene ante sí no es sino un engaño se sus ojos, de sus sentidos? Porque el filósofo y el poeta náhuatl no tenían esa noción epistemológica aristotélica que concibe al conocimiento como “una adecuación de la mente de quien conoce, con lo que existe”. Este pueblo estaba lejos de esta concepción occidental, vigente desde su nacimiento en la Grecia clásica, que adopta como criterio de verdad aquel concepto que se ajusta a su objeto. Es más, para el tlamatini esto era imposible. Ach ayac nelli in tiquitohua nican (“puede que nadie diga la verdad en la tierra”) resume su pensamiento. El discurso no es suficiente para alcanzar la verdad, lo único verdadero en la tierra es flor y canto, la poesía que, valiéndose de la metáfora, hurga entre los pliegues del velo que oculta la verdad de las cosas.
Así, los tlamatinime ansiarán ese flor y canto que finalmente les permitirá comunicar su intuición, que los habilitará para la especulación filosófica en tanto sabios educadores del pueblo nahúatl. Y su búsqueda los llevará a preguntarse por el origen de esa metáfora que los coloca ante la verdad, y a los sacerdotes interrogan:
“Sacerdotes, yo os pregunto:
¿De dónde provienen las flores que embriagan al hombre?
¿El canto que embriaga, el hermoso canto?”
Preguntan los sabios por el origen de la poesía que enseña lo único verdadero en la tierra, y que embriaga a los hombres haciéndolos ver lo que otros no ven. Y los sacerdotes contestan:
“Sólo provienen de su casa, del interior del cielo,
Sólo de allá vienen las variadas flores…
Donde el agua de flores se extiende,
La fragante belleza de la flor se refina con negras, verdecientes
Flores y su entrelaza, se entreteje:
Dentro de ellas canta, dentro de ellas gorjea el ave quetzal.”
El origen divino de la poesía y su carácter trascendente al tiempo y al espacio quedan revelados en las palabras de los sacerdotes, y anuncian a flor y canto como el único sendero que lleva al hombre a la contemplación de la realidad oculta tras las apariencias.
Pero sólo el sabio embriagado de ese influjo divino será capaz de comunicar a su pueblo “lo verdadero en la tierra”. Flor y canto proveerán al tlamatini y al poeta de un “corazón endiosado” que les permitirá formular a través de la poesía una concepción metafísica del mundo.
Y entre estos no podemos dejar de mencionar a Nezahualcóyotl, el más preclaro de los poetas náhuatl cuyo pensamiento, impregnado de ese influjo divino que mana del cielo, se adelanta a la propuesta nietzscheana de creación de sentido usando como herramienta fundamental al arte. Nietzsche desarrolla su planteamiento, el cual nos dice que sólo a través del arte, más específicamente, a través de la música dionisíaca, podremos vislumbrar la universalidad de la vida, dar sentido a la vida; lograr una trascendencia fuera de nuestra individualidad, al reinterpretarla de una manera diferente, a partir de una nueva conciencia de todo lo existente. Encontramos que para Nietzsche la tragedia griega provoca un engrandecimiento del ser humano frente a la cotidianeidad, considerando que gracias a la tragedia, el griego lograba profundizar dentro de sí mismo, para así dar paso a “un prepotente sentimiento de unidad, que retrotrae todas las cosas al corazón de la naturaleza”.
Podemos observar entonces que el pensamiento de Nezahualcóyotl, al plantear una búsqueda personal de la razón de la existencia, fundamentada en la creación poética, en flor y canto, se adelanta a la propuesta nietzscheana de creación de sentido usando como herramienta fundamental al arte. Nezahualcóyotl, en vez de señalar a la música o a la tragedia como la expresión artística que nos permite adquirir un conocimiento de la totalidad, nos propone flor y canto como el instrumento que nos permitirá llegar a conocer, llegar a Ometéotl.
Resumiendo las ideas hasta aquí analizadas podemos afirmar que los tlamatinime, los sabios náhuatl dedicados a la reflexión filosófica y a la educación de su pueblo, desarrollaron flor y canto como instrumento que los facultó para desarrollar una concepción metafísica del mundo identificada con la realidad del mundo prehispánico. Y distinguimos a Nezahualcóyotl, uno de los poetas más grandes de la antigüedad mexicana, cuyo pensamiento tiene un carácter estricto de reflexión y respuesta a la problemática sobre la vida, intentando ensalzar el valor de flor y canto como la posibilidad del hombre de crearse un rostro y un corazón, dar sentido a su vida y adquirir un grado de sabiduría frente a nuestra realidad, adelantándose con mucho a la propuesta de otros filósofos del mundo moderno.






 Bibliografía
1.- La Filosofía Náhuatl estudiada en sus fuentes, Miguel León-Portilla
2.- Llave del Náhuatl, Ángel María Garibay Kintana
2.- Nezahualcóyotl, vida y obra, José Luis Martínez

3.- El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche