sábado, 18 de junio de 2016

Ignacio Ramírez. "El Nigromante"

 Nace el 22 de junio de 1818 en San Miguel el Grande (Allende), en el estado de Guanajuato. Es un ícono del liberalismo mexicano; su credo político y sus causas parecen genéticos, pues desde pequeño se familiarizó con los principios liberales sustentados por su padre, el mestizo Lino Ramírez, viejo militante del partido federalista.

Al llegar a la Ciudad de México, estudió en varios colegios; destaca entre ellos el de San Gregorio,  dirigido por  Juan Rodríguez Puebla –protector de los indígenas-, quien influyó de manera importante en su manera de pensar. De allí viene su convicción de velar por los derechos de los más vulnerables. Convicción que lo acompaño por el resto de sus días y que fue transmitida a sus discípulos.

En 1837, para ingresar a la Academia de San Juan de Letrán, asociación literaria fundada por los hermanos Lacunza, en la que se debatían los temas de importancia social para aquella época, pronuncio un discurso llamado:

“No hay Dios; los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”

La intervención de Ramírez estuvo a punto de ser rechazada en el momento que pronuncio el nombre de su discurso, ya que muchos de los intelectuales y políticos pertenecientes a la Academia eran conservadores, sin embargo, no podían negar la inteligencia y pasión de aquel joven, por lo que fue aceptado, y quizá fue desde ese momento cuando empezó a hacer historia, tal vez desde aquel instante los intelectuales intuyeron el legado que dejaría al país.

“No hay dios” fue aseveración que sacudió las conciencias no solo del siglo XIX, sino que se prolongó al siguiente, cuando Diego Rivera pintó el mural “Tarde de un domingo en la Alameda”, donde aparecía Ignacio Ramírez sosteniendo un cartel donde estaba las frase "Dios no existe".
    
El fresco fue objeto de agresiones por parte de estudiantes católicos quienes realizaron manifestaciones para expresar su indignación. Lo que provoco que el mural permaneciera oculto por nueve años hasta que el autor sustituyo la frase por “Conferencia en la Academia de Letrán el años de 1836".

Ramírez asumió el papel que el destino le asigno, sin más respeto que el de sus convicciones; valiente contra instituciones conservadoras y tradicionalistas, y personajes que reaccionaron con persecución y cárcel; infatigable, sin más descanso que la esperanza de cambiar las condiciones de su tiempo.

La mejor arma de Ramírez fue la pluma con la que escribió sus textos. En compañía de otros jóvenes liberales, creó un periódico irónico, crítico y filosófico llamado Don Simplicio. Donde proclamaría los principios de una revolución económica, social y política.
Fue en la presentación del primer número de Don Simplicio, donde aparecería por primera vez el seudónimo de Ignacio Ramírez, así como el de sus compañeros.

Los conservadores se opusieron a Don Simplicio y lo confrontaron mediante el periódico El Tiempo —dirigido por Lucas Alamán— logrando obtener la cancelación de su publicación y el encarcelamiento de sus colaboradores, el cual fue ordenado por Mariano Paredes. En 1846 se reanudó la publicación de Don Simplicio, la cual fue interrumpida nuevamente en 1847.

La Iglesia no escapó de la ironía de Ignacio Ramírez; su instinto y su ateísmo se notó en sus primeras publicaciones: “Nosotros los trabajadores decimos a los propietarios de bienes raíces espiritualizados: vuestra pobreza evangélica según El Tiempo, apenas posee la tercera parte de la república; pero ¿no pudiéramos lograr la gloria a menor precio?”

Nunca perdió oportunidad de beneficiar a los más necesitados; cuando elaboró, en 1847, la Ley de Educación para el Estado de México, en ella se establecía que cada municipio enviase al Instituto Literario a un joven pobre, inteligente y de preferencia indígena, para realizar sus estudios.

El Nigromante, tuvo gran fama por su participación política, sus actividades periodísticas pero, sobre todo, por una vocación natural de transmitir sus conocimientos a los jóvenes por quienes era admirado, impartió en la cátedra de Derecho, que era su especialidad.

Siempre utilizó la argumentación como herramienta para sostener aseveraciones irrefutables; su razonamiento lo llevaría a prisión, lo que le abriría las puertas del éxito como abogado, legislador, orador, servidor público, juez y ministro, ya que se encargo de su propia defensa, demostrando, de nuevo, lo que su pasión por el derecho podía lograr.

La elaboración de la Constitución de 1857 representó para El Nigromante la oportunidad de plasmar sus ideas y defenderlas con argumentos que lo hicieron trascender en la historia de nuestro país como un defensor de los derechos humanos, un republicano y un eminente constitucionalista.

El 16 de octubre de 1856, acerca de los partidos y la forma de gobierno señaló:
“Se teme a la exaltación de los partidos, es decir, se teme siempre a la acción del pueblo, y este miedo ha de hacer que sucumba al fin toda idea republicana y se acepte la monarquía absoluta para que el pueblo no tenga más que hacer que obedecer en calma”.

Se pronunció en contra del Senado como revisor de las leyes alegando que se buscaba un poder superior a los representantes del pueblo, y en caso de admitir dicha revisión era preciso que la ejerciera un cuerpo más popular, mucho más numeroso que la Cámara de Diputados. Para Ignacio Ramírez, el Senado no hacía más que entorpecer la labor legislativa.  

El 22 de junio de 1953, el Estado de México aprobó una iniciativa de decreto para declarar a Ignacio Ramírez hijo adoptivo y predilecto de esta entidad, a lo que contribuyó su arraigo en Toluca en donde contrajo matrimonio y desempeñó con singular capacidad y emoción la cátedra de Derecho, desde donde forjó una destacada generación de liberales.

Ignacio Ramírez “El Nigromante”, muere el 15 de junio de 1879, en la ciudad de México. 


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