viernes, 24 de junio de 2016

La Muerte en el Pensamiento Náhuatl




“Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y  que es ahora todos los hombres y los que seremos” Jorge Luis Borges.

La muerte siempre ha sido una incógnita e inquietud para el hombre en la historia. Los náhuatl no son la excepción, compartían la misma angustia que los hombres contemporáneos mantienen hoy en día. Seguimos en esa incesante lucha por dilucidar este acontecimiento. En la presente investigación se darán a conocer  acciones referentes a la muerte en la cosmovisión náhuatl, con la pretensión de dibujar  una imagen general de ésta en la época prehispánica  y cómo los náhuatl pudieron haberla entendido.

Pero esta preocupación referente a la muerte abarca más que solo la existencia personal. Su inquietud aborda la realidad completa del universo. Son muchos los vestigios prehispánicos encontrados, que plantean ideas sobre el fin del mundo, o periodos de destrucción y muerte masivas.

Gracias a la información proporcionada por los primeros investigadores,  podemos entender que la cultura náhuatl giraba en torno a una “ideología religiosa” (mitológica). Todo cuanto podemos conocer de sus actividades, llevaba como fin o destino una deidad de por medio.

El hombre consciente de su propia finitud, el hombre náhuatl, vivía bajo preceptos dogmáticos, mismos preceptos que lo llevaban a abrazar la certeza de una vida después de la vida. Existen tres lugares donde los descarnados vivirían después de la “muerte terrenal” en la creencia náhuatl;  1) El Mictlan o Inframundo lugar donde se sepultan  los cadáveres y es ahí donde nace la vegetación y el alimento que nutrirá a los hombres vivos. 2) El Tlalocan o Paraíso en este lugar se generaba el agua necesaria para  vivir en la tierra. 3) Omeyocan  era el lugar de la dualidad, el  paraíso del sol.

1)      Mictlan

Los hombres que morían por enfermedades, o aquellos que eran sacrificados en alguna fiesta en nombre de alguna deidad, sin ninguna distinción jerárquica llegaban al inframundo, al Mictlan.  El lugar era oscuro, sin puertas ni ventanas y solo se llegaba después de difíciles pruebas por un periodo de cuatro años y del que no se podía salir. Conocido como el lugar de la nada.

“Hijo mío, has recobrado tu aliento, has padecido, pero el Señor Nuestro se ha apiadado de ti. Porque no está aquí en la tierra nuestra casa en común. Sólo por breve tiempo, por un momento, hemos venido a calentarnos, sólo por obra del Señor Nuestro hemos venido a conocernos.

Pero ahora Mictlantecuhtli, el Señor de la Región de los Muertos, el que es Acolnahuácatl y
Tzontémoc, así como Mictecacíhuatl, la Señora de la Región de los Muertos, te han presentado, te han ofrecido un asiento, porque en verdad allá es nuestra casa en común, allá donde todos perecemos, allá donde se abre la tierra, donde para siempre se sale de este mundo. Has llegado al lugar del misterio, al lugar de los descarnados, a donde se llega, el lugar que no tiene salida, el que no tiene chimenea. No podrás ya encontrar camino de regreso, no podrás retornar. No podrás ya venir a conocer lo que dejaste atrás, hace cinco, diez días.  Porque has dejado abandonados, huérfanos, a tus hijos, a tus nietos. Tampoco vendrás a saber cómo perecerán ellos. Nosotros te alcanzaremos, nos acercaremos a ti, dentro de poco tiempo”.

El Mictlan simboliza el espacio-tiempo donde gobierna Mictlantecuhtli , Dios del inframundo y de los muertos, que también era llamado Popocatzin  ( Dios de las Sombras). El mito de la creación del hombre se genera cuando el dios Uranio Quetzalcóatl roció con la sangre de su pene los huesos molidos por la Diosa-madre Quilaztli.  Así es como el nacimiento humano da origen, resultado de la fecundación de los huesos por la sangre (esperma) de Quetzatcoatl dentro del inframundo.

El ser nace en el Este, y desciende en el Oeste. Una vez se deja de existir (corporalmente) se dice que la descomposición del cuerpo (comido por Tlaltecuhtli) culmina después de cuatro años, una vez que deja de existir carne y tendón en los huesos. Es hasta entonces cuando el hombre ha muerto realmente y es proclive a una nueva fecundación ósea.  

2)      Tlalocan

Este lugar era para aquellos que morían por alguna causa relacionada con el agua, aquellos que alcanzados por un rayo, leprosos o aquellos niños que eran sacrificados en nombre de Tlaloc:

“Allí acudían las almas de los muertos fulminados por un rayo, ahogados, o por algún tipo de muerte relacionada con el agua. Era el Tlalocan un lugar de delicias, de perpetua alegría entre abundantes ríos y manantiales. Había toda clase de árboles frutales en permanente producción; abundaba el maíz, el frijol, la chía y toda clase de alimentos. En aquel jardín de delicias, las almas pasaban una existencia de juegos y descanso bajo los árboles en compañía de alegres camaradas y toda clase de manjares al alcance de la mano”.

3)      Omeyocan

El Omeyocan era el lugar donde ingresaban  aquellos que habían asesinado en las guerras, a los prisioneros asesinados por sus enemigos, las mujeres muertas en labor de parto y todos aquellos “valientes” que morían defendiendo una causa en las guerras. A ellos les tocaba recibir todas las ofrendas que  se daban en este mundo, los días en el Omeyocan eran festejos al ponerse el sol, con música, bailes y más.

Son estos tres lugares de certidumbre para la vida después de la muerte lo que provocaría un caos en los hombres náhuatl, incluso miedo, molestia e inconformidad con las deidades. Estas soluciones al problema de la muerte no lograban calmar ni convencer a los hombres, pero le mostraba una solución arbitraria en la cual sostenerse. Esa certidumbre de conocer su destino, a la cual ajustarse.

Una de las inconformidades a la solución de la muerte terrenal es la idea de que solo estamos de paso:

"Lo dejó dicho Tockihuitzin,
lo dejó dicho Coyolchuiqui:
sólo venimos a dormir,
sólo venimos a soñar,
no es verdad, no es verdad que venimos a vivir sobre la tierra:
cual cada primavera de la hierba. así es nuestra hechura:
viene y brota, viene y abre corolas nuestro corazón,
algunas flores echa nuestro cuerpo: i se marchita!
Lo dejó dicho Tochihuitzin."

También se propone la cuestión sobre la finalidad de la acción humana en la región de la muerte:

"¿Se llevan las flores a la región de la muerte?
¿Estamos allá muertos o vivimos aún?
¿Dónde está el lugar de la luz pues se oculta el que da la vida?"

Rituales Náhuatl

En el mundo de los vivos, se efectuaba un ritual con la finalidad de hacer llegar a sus destinos a quienes fallecían.  Consistía en colocar el cadáver en una plataforma cubierta con un petate. Bañaban al difunto y colocaban en su boca una piedra azul, que simbolizaba su paso por la vida. En caso de ser noble, el cuerpo se envolvía en papel acordonado con una soga y se presentaban ofrendas.

Una vez listo y organizado el cuerpo, se ofrecía un discurso recordando su paso por la vida y lo breve de la misma, incluían buenos deseos al alma por encontrar el destino en su nuevo hogar. Proseguían con el duelo y en algunas ocasiones con festejos. Si se trataba de personas de alto linaje, llegaban a sacrificar a los esclavos, nombrados Tepantlacaltin, sirvientes del difunto.

Los funerales se extendían por días, donde se hacían ofrendas. Por último se cremaba o enterraban el cadáver.

Conclusión

Para los náhuatl la muerte (Miquiztli) no era concluyente, y tampoco se contemplaba desde un punto de vista moralista, no era buena ni mala. La muerte era imprescindible para soportar y conservar la estructura del universo. Esta idea dual de vida (Yoliztli) y muerte no se repelen por ser opuestos, al contrario, forman parte del complemento que sostiene dicha estructura.

Entendidas de esta forma como una unidad, la diferencia entre ambas (vida y muerte) radica en la materia. Se pierde lo corporal, pero la esencia trascendía en el más allá.

Es a través de los cantos que el hombre náhuatl puede rendir culto a dicho acontecimiento, es así como puede cuestionar, protestar y abrazar una certidumbre que no le termina de encajar, pero es a la que tiene que ajustarse.

“Sólo venimos a dormir,
sólo venimos a soñar: 
no es verdad, no es verdad
que venimos a vivir en la tierra.

En yerba de primavera venimos a convertirnos:
llegan a reverdecer,
llegan a abrir sus corolas nuestros corazones,
es una flor nuestro cuerpo: 
da algunas flores y se seca.”


Bibliografía

1.- La Filosofía Náhuatl, Miguel León Portilla.
2.- La muerte en la cosmovisión náhuatl prehispánica. Consideraciones heurísticas y epistemológicas,   Patrick Johansson K.
3.- La idea de la muerte en en mundo náhuatl - descrita en la Historia General de Sahagún, Prof. Dr. Katharina Niemeyer

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