“Ya
somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el
rojo Adán y que es ahora todos los
hombres y los que seremos” Jorge Luis Borges.
La muerte siempre ha sido una incógnita e inquietud para el
hombre en la historia. Los náhuatl no son la excepción, compartían la misma
angustia que los hombres contemporáneos mantienen hoy en día. Seguimos en esa
incesante lucha por dilucidar este acontecimiento. En la presente investigación se
darán a conocer acciones referentes a la
muerte en la cosmovisión náhuatl, con la pretensión de dibujar una imagen general de ésta en la época
prehispánica y cómo los náhuatl pudieron
haberla entendido.
Pero esta preocupación referente a la muerte abarca más que
solo la existencia personal. Su inquietud aborda la realidad completa del
universo. Son muchos los vestigios prehispánicos encontrados, que plantean
ideas sobre el fin del mundo, o periodos de destrucción y muerte masivas.
Gracias a la información proporcionada por los primeros
investigadores, podemos entender que la
cultura náhuatl giraba en torno a una “ideología religiosa” (mitológica). Todo
cuanto podemos conocer de sus actividades, llevaba como fin o destino una
deidad de por medio.
El hombre consciente de su propia finitud, el hombre
náhuatl, vivía bajo preceptos dogmáticos, mismos preceptos que lo llevaban a
abrazar la certeza de una vida después de la vida. Existen tres lugares donde
los descarnados vivirían después de la “muerte terrenal” en la creencia
náhuatl; 1) El Mictlan o Inframundo lugar
donde se sepultan los cadáveres y es ahí
donde nace la vegetación y el alimento que nutrirá a los hombres vivos. 2) El Tlalocan o Paraíso en
este lugar se generaba el agua necesaria para vivir en la tierra. 3) Omeyocan era el lugar de la dualidad, el paraíso del sol.
1) Mictlan
Los hombres que
morían por enfermedades, o aquellos que eran sacrificados en alguna fiesta en
nombre de alguna deidad, sin ninguna distinción jerárquica llegaban al
inframundo, al Mictlan. El lugar era
oscuro, sin puertas ni ventanas y solo se llegaba después de difíciles pruebas
por un periodo de cuatro años y del que no se podía salir. Conocido como el
lugar de la nada.
“Hijo mío, has recobrado tu aliento, has
padecido, pero el Señor Nuestro se ha apiadado de ti. Porque no está aquí en la
tierra nuestra casa en común. Sólo por breve tiempo, por un momento, hemos
venido a calentarnos, sólo por obra del Señor Nuestro hemos venido a
conocernos.
Pero
ahora Mictlantecuhtli, el Señor de la Región de los Muertos, el que es
Acolnahuácatl y
Tzontémoc, así como Mictecacíhuatl, la Señora de la Región de
los Muertos, te han presentado, te han ofrecido un asiento, porque en verdad
allá es nuestra casa en común, allá donde todos perecemos, allá donde se abre
la tierra, donde para siempre se sale de este mundo. Has llegado al lugar del
misterio, al lugar de los descarnados, a donde se llega, el lugar que no tiene
salida, el que no tiene chimenea. No podrás ya encontrar camino de regreso, no
podrás retornar. No podrás ya venir a conocer lo que dejaste atrás, hace cinco,
diez días. Porque has dejado
abandonados, huérfanos, a tus hijos, a tus nietos. Tampoco vendrás a saber cómo
perecerán ellos. Nosotros te alcanzaremos, nos acercaremos a ti, dentro de poco
tiempo”.
El Mictlan
simboliza el espacio-tiempo donde gobierna Mictlantecuhtli , Dios del
inframundo y de los muertos, que también era llamado Popocatzin ( Dios de las Sombras). El mito de la creación
del hombre se genera cuando el dios Uranio Quetzalcóatl roció con la sangre de
su pene los huesos molidos por la Diosa-madre Quilaztli. Así es como el nacimiento humano da origen,
resultado de la fecundación de los huesos por la sangre (esperma) de
Quetzatcoatl dentro del inframundo.
El ser nace en
el Este, y desciende en el Oeste. Una vez se deja de existir (corporalmente) se
dice que la descomposición del cuerpo (comido por Tlaltecuhtli) culmina después
de cuatro años, una vez que deja de existir carne y tendón en los huesos. Es hasta
entonces cuando el hombre ha muerto realmente y es proclive a una nueva
fecundación ósea.
2) Tlalocan
Este lugar era
para aquellos que morían por alguna causa relacionada con el agua, aquellos que
alcanzados por un rayo, leprosos o aquellos niños que eran sacrificados en
nombre de Tlaloc:
“Allí acudían las almas de los muertos
fulminados por un rayo, ahogados, o por algún tipo de muerte relacionada con el
agua. Era el Tlalocan un lugar de delicias, de perpetua alegría entre
abundantes ríos y manantiales. Había toda clase de árboles frutales en
permanente producción; abundaba el maíz, el frijol, la chía y toda clase de
alimentos. En aquel jardín de delicias, las almas pasaban una existencia de
juegos y descanso bajo los árboles en compañía de alegres camaradas y toda
clase de manjares al alcance de la mano”.
3) Omeyocan
El Omeyocan era
el lugar donde ingresaban aquellos que
habían asesinado en las guerras, a los prisioneros asesinados por sus enemigos,
las mujeres muertas en labor de parto y todos aquellos “valientes” que morían
defendiendo una causa en las guerras. A ellos les tocaba recibir todas las
ofrendas que se daban en este mundo, los
días en el Omeyocan eran festejos al ponerse el sol, con música, bailes y más.
Son estos tres
lugares de certidumbre para la vida después de la muerte lo que provocaría un
caos en los hombres náhuatl, incluso miedo, molestia e inconformidad con las
deidades. Estas soluciones al problema de la muerte no lograban calmar ni
convencer a los hombres, pero le mostraba una solución arbitraria en la cual
sostenerse. Esa certidumbre de conocer su destino, a la cual ajustarse.
Una de las
inconformidades a la solución de la muerte terrenal es la idea de que solo
estamos de paso:
"Lo dejó
dicho Tockihuitzin,
lo dejó dicho
Coyolchuiqui:
sólo venimos a
dormir,
sólo venimos a
soñar,
no es verdad, no
es verdad que venimos a vivir sobre la tierra:
cual cada
primavera de la hierba. así es nuestra hechura:
viene y brota,
viene y abre corolas nuestro corazón,
algunas flores
echa nuestro cuerpo: i se marchita!
Lo dejó dicho Tochihuitzin."
También se
propone la cuestión sobre la finalidad de la acción humana en la región de la
muerte:
"¿Se llevan las flores a la
región de la muerte?
¿Estamos allá muertos o vivimos
aún?
¿Dónde está el
lugar de la luz pues se oculta el que da la vida?"
Rituales Náhuatl
En el mundo de
los vivos, se efectuaba un ritual con la finalidad de hacer llegar a sus
destinos a quienes fallecían. Consistía en
colocar el cadáver en una plataforma cubierta con un petate. Bañaban al difunto
y colocaban en su boca una piedra azul, que simbolizaba su paso por la vida. En
caso de ser noble, el cuerpo se envolvía en papel acordonado con una soga y se
presentaban ofrendas.
Una vez listo y
organizado el cuerpo, se ofrecía un discurso recordando su paso por la vida y
lo breve de la misma, incluían buenos deseos al alma por encontrar el destino en
su nuevo hogar. Proseguían con el duelo y en algunas ocasiones con festejos. Si
se trataba de personas de alto linaje, llegaban a sacrificar a los esclavos,
nombrados Tepantlacaltin, sirvientes del difunto.
Los funerales se
extendían por días, donde se hacían ofrendas. Por último se cremaba o
enterraban el cadáver.
Conclusión
Para los náhuatl
la muerte (Miquiztli) no era concluyente, y tampoco se contemplaba desde un punto
de vista moralista, no era buena ni mala. La muerte era imprescindible para
soportar y conservar la estructura del universo. Esta idea dual de vida
(Yoliztli) y muerte no se repelen por ser opuestos, al contrario, forman parte
del complemento que sostiene dicha estructura.
Entendidas de
esta forma como una unidad, la diferencia entre ambas (vida y muerte) radica en
la materia. Se pierde lo corporal, pero la esencia trascendía en el más allá.
Es a través de
los cantos que el hombre náhuatl puede rendir culto a dicho acontecimiento, es
así como puede cuestionar, protestar y abrazar una certidumbre que no le
termina de encajar, pero es a la que tiene que ajustarse.
“Sólo
venimos a dormir,
sólo
venimos a soñar:
no es
verdad, no es verdad
que
venimos a vivir en la tierra.
En
yerba de primavera venimos a convertirnos:
llegan
a reverdecer,
llegan
a abrir sus corolas nuestros corazones,
es una
flor nuestro cuerpo:
da
algunas flores y se seca.”
Bibliografía
1.- La Filosofía Náhuatl, Miguel León Portilla.
2.- La
muerte en la cosmovisión náhuatl prehispánica. Consideraciones heurísticas y
epistemológicas, Patrick
Johansson K.
3.- La idea de la muerte en en mundo náhuatl - descrita en la
Historia General de Sahagún, Prof. Dr. Katharina Niemeyer
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