Sor Juana Inés de la Cruz nació en la hacienda de San Miguel
Nepantla (estado de México) el 12 de noviembre de 1648; murió en la ciudad de
México el 17 de abril de 1695. Su nombre, antes de tomar las órdenes
religiosas, era Juana de Asbaje y Ramírez. Fue hija natural de la criolla
Isabel Ramírez de Santillana y del vizcaíno Pedro Manuel de Asbaje. Se crio con
su abuelo materno Pedro Ramírez, en la hacienda de Panoayan. A los tres años de
edad asistía en Amecameca, con una hermana suya, a la escuela de una profesora
de primeras letras; a los ocho quiso ingresar a la Universidad de México y
compuso una Loa para la festividad del Corpus. En 1659 su madre la llevó a la
capital del virreinato y la alojó en la casa de María Ramírez, tía materna de
la niña. Allí recibió, del padre Martín de Olivas, sus primeras lecciones de
latín, idioma que llegó a dominar con maestría. Empeñosa en el estudio y aun
obstinada, recurría al cruel medio de cortarse el cabello hasta no conseguir
aprender lo que deseaba. Leía mucho y es de suponer que sus autores favoritos
fueron los clásicos latinos y españoles: Virgilio, Horacio, Ovidio, Garcilaso y
Góngora.
De natural belleza y talento, pronto cobró fama y en 1664
ingresó en la corte, como dama de honor de la virreina Leonor María Carreto,
marquesa de Mancera, a quien dedicaría algunos sonetos con el nombre de Laura.
Deseoso de aquilatar la sabiduría y donaire de que tantas muestras daba la
joven, el virrey hizo reunir a numerosos hombres doctos en artes y ciencias y a
profesores de la Universidad para que en presencia suya y de la corte la
examinaran. Ante ellos compareció Juana Inés y con gran soltura contestó a las
preguntas, argumentos y réplicas que se le propusieron. Aunque admirada y
cortejada, decidió abrazar la existencia monástica. Ella dejó escrito que fue
su deseo “vivir sola, no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la
libertad de mi estudio, ni el rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio
de mis libros”.
El 14 de agosto de 1667 ingresó como novicia en el convento
de San José de las carmelitas descalzas, que abandonó tres meses después al no
tolerar el rigor de la orden. Regresó a la corte, en la que permaneció año y
medio, y el 24 de febrero de 1669 tomó los hábitos en el convento de San
Jerónimo, donde pasó el resto de su vida y falleció de fiebre maligna,
contagiada al cuidar a sus hermanas enfermas durante la epidemia de 1695. Fue
contadora y archivista de ese convento y dos veces nominada como priora, cargo
que no aceptó. El claustro era el centro cívico y social del virreinato desde
donde participó en la vida intelectual y palaciega; así, fue encargada de
preparar el arco triunfal (Neptuno alegórico, 1680) para recibir al virrey
Tomás de la Cerda, conde de Paredes y marqués de la Laguna, y su esposa, María
Luisa Manrique de Lara, en quien encontró una protectora y amiga, la “divina
Lysi” de muchos poemas.
Llegó a reunir cuatro mil libros y muchos mapas e
instrumentos musicales. Consagrada al estudio, no dejó de suscitar y crearse
envidias y problemas con las demás monjas enclaustradas. Escribía de continuo
en verso y en prosa, y por haber impugnado un sermón del padre Vieyra, famoso
predicador, el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz, bajo el
seudónimo de Sor Filotea de la Cruz, le dirigió una torpe misiva, exhortándola
a que, poniendo los ojos en el cielo, se apartara de las letras para
consagrarse por entero a la religión. Contestó Sor Juana al prelado una carta
en la cual consignó los mejores datos que se tienen sobre su vida, carácter,
gustos, aficiones literarias y aun mortificaciones que éstas le produjeron en
el claustro; y donde, además, con nobilísima entereza se declaró en pro de la
cultura de la mujer mexicana y sostuvo el derecho de disentir.
Sin embargo, poco después, a beneficio de los pobres, se
deshizo de libros, instrumentos y mapas, hizo confesión general y redactó dos
protestas que firmó con su sangre. Su obra comprende poesías líricas,
dramáticas, alegóricas, sacras, festivas y populares. De la lírica sorjuanesca
son unas seis decenas de Romances, sacros unos y amorosos otros; numerosas
Décimas y Sonetos, con temas muy variados: amor, agradecimiento, historia,
mitología y moralidad. De carácter sacro son los Villancicos y las Letras: los
primeros, pequeñas composiciones de tono religioso que se entonaban por
Navidad, la Asunción y la Concepción; y las segundas, de temas vernáculos que
se cantaban en las iglesias como parte de la función coral. La obra dramática
la forman sus Autos sacramentales, Loas y Comedias.
Los Autos son tres: El Divino Narciso, El cetro de José y El
Mártir del Sacramento. Las Loas son unas 30, la mayoría escritas en alabanza de
personajes de la corte. Sus piezas dramáticas profanas son dos: Los empeños de
una casa (comedia de capa y espada) y Amor es más laberinto (obra culterana).
En prosa escribió: Neptuno alegórico, Explicación del arco, Razón de la fábrica
alegórica y aplicación de la fábula, Carta atenagórica y Respuesta a Sor
Filotea de la Cruz. Los poemas de amor profano de Sor Juana, a juicio de
Marcelino Menéndez y Pelayo, son de los más suaves y delicados que hayan salido
de pluma de mujer, entre ellos el Romance de la ausencia, las Liras, los
sonetos A la rosa, Detente sombra, A la muerte del duque de Veragua y sus
populares Rondillas.
Sor Juana dominó el latín y dejaron huella en su formación
dos pilares de la cultura clásica: la filosofía aristotélica y la mitología.
Hay en su obra numerosas alusiones al paisaje, la gastronomía y los indios
mexicanos; y aun compuso breves alabanzas en lengua náhuatl.
Las Cartas de Sor Juana, que resultaron
altamente polémicas en su momento, en las que revela sus ideas sobre el rol de
la mujer, el arte y los dogmas religiosos.
Una joya para los interesados en la obra de Sor Juana, en la conformación de la
literatura hispanoamericana y hasta en los posibles orígenes del feminismo. La
primera es la "Carta atenagórica", de 1690, una reflexión sobre un
sermón del padre Antonio Vieira en el que analiza el amor de Cristo.
Se supone que el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz escribió la
contestación a esta carta en 1691, con el seudónimo de sor Filotea de la Cruz.
La segunda y última carta de la presente obra es, entonces, la respuesta de Sor
Juana al obispo de Puebla, que es conocida como «Respuesta de la poetisa a la
muy ilustre Sor Filotea de la Cruz».
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